Conocí a los Clérigos de San Viator cuando ingresé en el Colegio San José de Vitoria en septiembre de 1960. Contaba seis años de edad. A los doce, Carlos González de Zárate, reclutador vocacional, nos pasó una encuesta y Luis Gutiérrez, director del Colegio en ese momento, me llamó para hablar conmigo.

Mi ilusión era ser cura y pensaba ingresar en el Seminario Diocesano, donde estaban tres primos míos. Luis, muy “cuco” y sabedor de mis intenciones, me preguntó: “¿Y no te gustaría ser como nosotros?”.

La pregunta me descolocó, pero Luis dio en el clavo: se me abrió una nueva perspectiva. Era verdad, los religiosos del colegio me parecían un modelo deseable. Enseñaban concienzudamente y trataban de hacer de nosotros personas de provecho; charlaban con nosotros en el patio y jugaban al fútbol remangándose la sotana; nos acompañaban en el cine, en los paseos, y cuando nos castigaban,… Percibía entre ellos una relación cordial, amigable, con sentido del humor, y formaban un peculiar equipo. Rezaban con nosotros el rosario en clase, compartían la eucaristía matutina de los jueves o la exposición del Santísimo los domingos antes de la sesión de cine en la pequeña capilla colegial, que era también su capilla comunitaria. Los veía devotos y manifestaban una estrecha relación con Jesús y con María. Y, sobre todo, los veía felices. Pues sí, yo quería ser como ellos.

Visitando a Vourles. P. Pedro está a la izquierda en la última fila.

Tras dos años de juniorado y el postulantado, llegó el noviciado. Nuestro maestro de novicios, Avelino Murua, nos sumergió en los “Jalones para una teología de la vida religiosa”, como rezaba el “ladrillo” con el que quería darnos a conocer lo que era la vida religiosa tras el Vaticano II. Pero fue el querido Jaime Gómez Gutiérrez, maestro de postulantes, acompañante en el escolasticado y guía certero, quien me proporcionó una síntesis de la vida religiosa como amor significado en los tres votos: castidad, como amor de universalidad, volcado, sobre todo, en quienes más necesitan que les ame; pobreza como amor de solidaridad, que me hace compartir lo que soy y tengo; obediencia, como amor de disponibilidad a lo que Dios quiere de mí, a través de sus mediaciones. Y este amor vivido en comunidad, signo del amor de Dios en y entre nosotros.

Al cabo de unos años, llegaron los primeros asociados. Fue una gozada compartir el carisma y la vida viatoriana con cristianos seglares. Al principio, no, pero luego sentí la necesidad de “recolocar” mi “vida religiosa viatoriana”. ¿Cómo mantener el “ser” de la vida religiosa cuando compartimos con los seglares el “hacer”, más aún, parte de nuestro “ser”? ¿No va a constituir un peligro para la vida religiosa esa comunidad de vida y misión con los seglares?

A mí me ayudó bastante considerar que la vida religiosa nunca ha sido para sí misma y que los asociados me han aportado la riqueza de su vida seglar para profundizar más en lo que considero valioso en la vida religiosa viatoriana:

  • la fe inquebrantable en este Dios siempre providente, como lo vivió ejemplarmente Querbes, que mi vida religiosa quiere traducir como no anteponer nada al amor de Cristo, ese amor que se refleja en aquellos que más me necesitan
  • el carisma viatoriano como catequista, anunciador de Jesucristo y su Evangelio, que trato de vivir en la vida religiosa como ese imperfecto signo del gran amor que Dios nos tiene y como ese testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores del Evangelio, y como iniciador de comunidades en las que se viva, se profundice y se celebre la fe en Jesús resucitado, que trato de vivir en mi vida religiosa como factor de comunión en relación con mi comunidad religiosa y mi comunidad viatoriana
  • a través de los votos, que quieren seguir siendo en mi vida una forma de seguir a Jesucristo radicalmente, no menos radical que otras formas de vida cristiana, pero sí alejada del estilo de vida que mueve nuestro mundo como pudieran ser el estatus social y económico, la búsqueda de la seguridad en las cosas, la “barra libre” afectiva, la indiferencia ante los abandonados y todo aquello que se contraponga a que me identifiquen como un “solterón”
  • en obediencia, que quiere ser pasión por hacer la voluntad de Dios, de significar que Dios es el único Absoluto de mi vida para que su voluntad se cumpla en mí
  • en castidad, que desea focalizar mi amor a Jesucristo, mi único Señor, y a los hermanos y hermanas, en particular a quienes más me necesitan, sujetos de mi amor preferencial
  • en pobreza, que me lleva a tratar de confiar solamente en Dios y en su misericordia y, por eso, a ponerme alerta ante el excesivo cuidado que puedo tener ante mis limitaciones y necesidades, y a luchar contra la injusticia, la idolatría del dinero o del poder
  • vivido en la comunidad religiosa como mi familia nuclear y en la comunidad viatoriana, la gran familia, sabedor de que religiosos y seglares nos complementamos y que yo tengo una gran responsabilidad en la comunidad viatoriana porque los religiosos –y más los viatores– debemos ser expertos en comunión, como más arriba decía del carisma viatoriano

    Celebrar la misa durante un retiro

La vida religiosa viatoriana será significativa en la medida que pueda generar una comunidad de hijos y hermanos, una comunidad de iguales, tanto en la propia comunidad religiosa como en la comunidad viatoriana; una comunidad que vive la fraternidad y desea tener un solo corazón y compartir solidariamente nuestras limitaciones y nuestros proyectos, nuestras cualidades y capacidades, nuestras tareas y nuestras retribuciones, sí, también nuestros dólares y euros; una comunidad en la que buscamos vivir la comunión no solo entre nosotros, los religiosos o los viatores, sino con las personas con quienes compartimos la misión, con nuestros destinatarios y con quienes se sitúan en nuestros entornos eclesiales y sociales.

Agradezco al Señor el don de la vida religiosa viatoriana y, repasando mi vida, considero que la vida religiosa viatoriana será significativa siempre que nuestras vidas expresen la primacía de Dios; siempre que nuestro estilo de vida contracultural sea consecuencia del seguimiento del Resucitado; siempre que seamos fieles a la misión viatoriana; siempre que vivamos en comunidad siendo factores de comunión en la comunidad viatoriana y en aquellas comunidades en las que ejerzamos nuestra misión.

Creo que aquellos religiosos que conocí en el Colegio San José hicieron significativa la vida religiosa viatoriana en aquellos “años 60”, y está en nuestras manos y en las de Dios, hacer que la vida religiosa viatoriana continúe siendo valiosa para nuestra Iglesia y para nuestra sociedad.